jueves, 28 de febrero de 2019

Salvaderas: las arenas del tiempo


Seguramente, alguna vez os habréis encontrado entre las páginas de antiguos manuscritos una serie de pequeñas partículas que suelen deslizarse hasta el lomo de los cuadernillos, donde van acumulándose, en algunos casos, con gran profusión.

A veces también se aprecian sobre los trazos de escritura unas concreciones bastante llamativas, si bien algunas podrían ser parte de los ingredientes de la propia tinta, es muy probable que aquellas de mayor tamaño se hayan depositado con posterioridad, ya que las tintas caligráficas deben ser fluidas y tales corpúsculos habrían impedido o complicado enormemente la tarea al escribano.


La pregunta que surge entonces es qué son estas partículas y de dónde provienen. Las respuestas también nos ayudarán a los conservadores - restauradores a tomar una decisión consciente a la hora de abordar tratamientos en los documentos que presenten estos materiales.

Una de las cualidades necesarias en la formulación de las tintas caligráficas era su capacidad de secado oreo, proceso que se reforzaría con el empleo de un producto que se espolvoreaba sobre las páginas recién escritas. Conocidas con el nombre de arenilla, arena secante o polvos de salvadera, su uso precedió al de los papeles secantes, que aparecieron hacia 1840.

El empleo de este tipo de arena secante presenta antecedentes en las capas preparatorias para soportes de escritura, que favorecerían la penetración y fijación adecuada de la tinta, como los polvos de piedra pómez en pergaminos, aunque en estos casos su aplicación era previa a la escritura (MELL, 2010, p. 21).

La composición de estos secativos era variada, entre sus ingredientes figuraban partículas molidas de minerales blandos como talco o calcita, goma sandáraca (LIPPERT, 1987, p.126), piedra pómez, arena de playa (usada desde 1790’s sg. Lippert, 1987, p.126), conchas o maderas finamente trituradas; también fueron empleadas ralladuras de metales como hierro (desaconsejado por Paronce “pues su inconveniente menor es el de roer el papel”), polvo de  mica (BUENDÍA, 2006, p.2) o galena (plomo mineralizado) molida (BOWLES, 1789, p.439). Estos preparados se vendían en diferentes colores: azul, verde, negro, rosa, amarillo, etc. (PARONCE, 1835, p.59), presentándose en cajas, paquetes y a granel “Polvos de salvadera a seis cuartos de libra” anunciaban en el Semanario de Avisos de 1844 (BUENDÍA, 2006, p.2) y en el periódico El Droguero de 1857 (nº17, año II) se anunciaban “Polvos de Salvadera, 14 rs. la arroba”.

Para espolvorear la arenilla sobre los documentos se utilizaron unos recipientes especiales, las salvaderas (pounce pots) o arenilleros (OSTOS et al., 1997, p. 87). Parecidos a saleros, estos botes se rellenaban con la arena secativa y sus tapas perforadas permitían que cayera el contenido sobre los escritos, en el Tratado del Origen y Arte de Escribir de 1766 de Fr. Luis de Olod se describe hasta el tamaño que debían tener los orificios, especificando que “sean pequeños, porque siendo demasiadamente grandes dan los polvos con mucha liberalidad, perjudicando la letra y dañando lo escrito” (BUENDÍA, 2006, p.2).  También hubo salvaderas sin tapa agujereada o salvaderas descubiertas, que requerían la aplicación de la arenilla con los dedos, una concha u otro cuerpo intermedio (PARONCE, 1835, p.58).

Las salvaderas se fabricaron con diseños y materiales variados, tenemos ejemplos en porcelana (ej. Limoges), cerámica (ej. Talavera, Manises), loza, maderas (boj),  metales, cuerno, cristal (BUENDÍA, 2006, p.2), las  más lujosas formaban parte de elaboradas escribanías.

El uso de los papeles secantes (que se podían colocar en un rodillo llamado secafirmas) fue desplazando al de la arena, que finalmente desaparece del mercado. Ya en 1902 Rufino Blanco en su libro el Arte de la Escritura y de la Caligrafíamencionaba que “la arenilla quita al trazado parte de la tinta y la descolora; además, deja la superficie del papel muy desigual para escribir por el lado opuesto y destruye la encuadernación de los libros en que se usa”. También son repetidas las referencias a los desastres que se producían al confundir el tintero con la salvadera, con las consiguientes manchas (BUENDÍA, 2006, p.2).

En el Nuevo Catálogo General de Recarte hijo de 1907 aun podemos encontrar a la venta arenilla.

En el libro de 1916 Programa de Caligrafía de D. Pablo Guilarte y Busto se especifica en la lección 17 como parte de los instrumentos necesarios para escribir bien la arenilla, figurando también el papel secante. (Texto completo aquí)

Y ya en el catálogo de 1928 Nuestro Viajante de J. Millat, encontramos que no aparece a la venta la arenilla de salvadera, solo los papeles secantes. 

La salvadera, una palabra hoy en desuso, por no decir que casi en el olvido, fue en sus días empleada como figura literaria, veamos algunos ejemplos:
  • “Unas medias de seda con más agujeros que una criba o una salvadera”. 
  • “Mi familia no tenía otras tierras que la arenilla de la salvadera” (BUENDÍA, 2006, p.2). 
  • “Hecho polvos en salvadera quiero estar, antes que verlos dueños de todo” (QUEVEDO, 1741, p.359). 
  • “De modo – replicó el cirujano- que como no está al alcance de todos la virtud de matar lombrices con polvos de salvadera…” (PEREDA, 1891, p.210).
Un uso curioso de los polvos de salvadera aparece descrito en la obra El azafrán y el añil de José López y Camuñas en 1890 (p.36) en el que se empleaban como parte de la fórmula del crémor tártaro, producto que servía para descubrir adulteraciones y fraudes del azafrán.

La salvadera, empleada para salvar, poner en seguro, es decir secar la tinta reciente y evitar que se corriese y se formase borrón (PÉREZ Y RIVERO, 2006, p.71). 

La salvadera, hoy día casi olvidada, pero aún patente su empleo sobre tantos manuscritos, forma ya parte de la historia de los documentos gráficos, un objeto de las escribanías del pasado, he aquí la salvadera y las arenas del tiempo. 

Juego de tintero y salvadera de cerámica. Colección particular.
 ©Covadonga Miravalles.






Última revisión: 03/03/2019

7 comentarios:

  1. Excelente entrada.

    Cualquier artículo que ilustre sobre el mundo de la bibliofilia me encanta. Desconocía lo de las salvaderas por supuesto, por lo que agradezco la información.

    Además, el enlace al programa de caligrafía que comparte me ha llevado a descubrir los fondos de la Fundación Sancho el Sabio, donde he encontrado unos documentos relacionados con un corresponsal en la Melilla de la guerra contra Abd-el-Krim en 1925, enormemente atractivos para mis intereses y que comparto con otros compañeros más versados en estos temas; por lo que le estoy doblemente agradecido.

    Saludos
    Paco García

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  2. Muchas gracias por su amable comentario, siempre me alegra recibir alguna respuesta escrita a las entradas del blog, aunque he tardado mucho en publicar y contestar algunas pero ya estoy al día con esto :D
    Verdad que la Fudación Sancho el Sabio tiene muchos y muy interesantes documentos digitalizados, me alegra que le haya sido útil.
    Saludos
    CMM

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  3. Galdós, al comienzo de la segunda parte de Fortunata y Jacinta, cita este objeto.

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  4. Muchas Gracias por tu aportación, Blas :)
    Paso a incluir el extracto que nos apuntas:
    "Trabajó en sombreros de fieltro, en calzado de Soldevilla, y derramó por toda
    la Península, como se esparce sobre el papel la arenilla de una salvadera, diferentes artículos de comercio."
    (Benito Pérez Galdós, 1887)

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  5. Estupendo artículo. He llegado aquí porque encontré la palabra "salvadera" en el cuento número 12 (El recibo) del libro Cien cuentos populares españoles, de José Augusto Sánchez Pérez. El diccionario de la RAE también define la palabra pero este artículo la explica en su contexto de forma excelente.

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  6. Hola Rodolfo,
    Muchas gracias por tu aportación y me alegro que te haya gustado el artículo :)
    Un saludo!

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  7. Quiero aprovechar para hacer una reflexión. Leyendo el libro de Miguel Herrero García "El reloj en la vida española" (1955) tomo sus palabras y las traslado aquí:

    "Cuando la minuciosa lente de un investigador se fija en un objeto, por corriente que sea, y lo va rastreando a través de textos y de inventarios, nos descubre, generalmente, un interesante e insospechado historial. Nos da un reflejo de los efectos que la mera presencia de ese objeto ha producido en las gentes, al correr de los años, entrando primero con timidez y lentitud en sus costumbres y llegando a modificarlas sustancialmente, después. El investigador nos ofrece, no una mera crónica de ese objeto, sino también la del concepto que ha merecido, la de sus variados influjos, la de sus condiciones como elemento inspirador de creaciones artísticas y literarias, folklóricas y religiosas, etcétera."

    Gracias a vuestras aportaciones vamos recopilando referencias que reflejan esa trascendencia del objeto en la vida cotidiana, trasladadas al lenguaje escrito o visual, y que nos sirven para disfrutar más de su historia.

    Saludos :)

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